Comparto con ustedes este trabajo periodístico de Ignacio Serrano, publicado el 3 de noviembre en su página web www.elemergente.com, en la cual entrevisto a Juan Vené, orgullo del periodismo deportivo en Venezuela y recientemente miembro del Salón de la Fama de nuestro país. Honor a quien le merece por su dilata carrera.
Hubo un tiempo en que Juan Vené no era Juan
Vené, sino José Machado. Todavía lo es en su cédula de identidad, en realidad,
aunque pocos lo saben. Sí saben, en cambio, de su trayectoria larga y nutrida,
que acaba de darle un lugar en el Salón de la Fama del Beisbol en Venezuela.
Célebre desde sus tiempos como “El periodista
viajero”, nunca dejó de ir al estadio anhelando ver un extrainning. Es un
enamorado del reporterismo y del béisbol.
-¿Cuándo nació su deseo de ser periodista?
-Yo nací reportero. En primaria estudie
interno, y las cartas que le escribía a mamá y papá eran verdaderos reportajes,
contándoles todo lo que hacía en el colegio. Luego, en secundaria, cuando
necesité trabajar para colaborar con la casa y para mis gastos, empecé a
escribir para una revista de toros de México. Todas las semanas tenía que
mandar algo, y en Venezuela había novilladas cada domingo. Tenía 15 años de
edad.
-Y no paró desde entonces.
-Terminada la secundaria, escribir no estaba
en mis planes. Entré a una compañía teatral y hacía un personaje de comedia,
llamado Juan Vené. Juan por Juan Bimba, Vené por Venezuela. Era un llanerito,
con sombrero de cogollo, franela blanca y alpargatas. Recorrimos muchos
lugares. Nos presentamos en los cines, durante los intermedios, y en estaciones
de radio. Estando en Maracaibo, el grupo se disolvió y me quedé allá, sin
dinero. Entonces, llegaron unos caraqueños a la pensión donde me estaba
alojando. Iban a fundar La Noticia Gráfica. Era 1947. Entre ellos estaban Raúl
Hernández, Carlos Flores, José Sardá. Terminamos siendo amigos y un día me vi
como reportero del diario. Y hasta hoy.
-¿Qué cosa disfrutaba más de su vida en el
teatro?
-Me encantaba la aventura. Ir pueblo por
pueblo, de Caracas a Bogotá. Bailar joropo, recitar. Era muy divertido. Y
pagaban por eso.
-¿Y cómo fue que ese personaje trascendió al
periodismo?
-Seguí siendo Juan Vené por inercia. Como me
llamaban así, así seguí firmando. Además, era más comercial que José Machado
Yanes.
-Al final, usted siempre mantuvo esa
vinculación con el espectáculo.
-Y escribí mucho tiempo de farándula. Mi
columna se llamaba El otro canal. Organicé el Guaicaipuro de Oro por muchos
años.
-¿Qué disfruta más? ¿La tragedia o la
comedia?
-La comedia, por supuesto. Siempre elijo comedia.
Mi autor favorito es Enrique Jardiel Poncela. Y Aquiles Nazoa, Andres Eloy
Blanco. Me gusta el humorismo fino.
-¿Llegó a sentir esas mariposas en el
estómago, antes de presentarse?
-Voy a cumplir 86 años de edad en enero. He
dado mi charla La historia del beisbol más de 100 veces y siempre siento las
mariposas en el estómago. Son tus aliadas.
-¿Echa de menos aquella etapa de su vida?
-Lo echo de menos y siento envidia sana de
todo lo que se podía hacer en el escenario, sobre todo el humorismo. Pero es
imposible realizar simultáneamente dos carreras tan difíciles. Creo que nací
más reportero que actor cómico. Y he sido feliz. Esta es una profesión de pocos
ingresos y muchas satisfacciones, que volvería a vivir.
-Usted se labró gran fama. ¿Le tocó también
lidiar con la parte incómoda de la profesión? ¿Algún pelotero le trató
groseramente?
-La mayoría de las veces, mi relación con los
peloteros ha sido extraordinaria. Pero Cecilio Guante casi me mata una vez, si
no es por la intervención de Álvaro Espinoza. Él estaba con los Yanquis. El
manager Lou Piniella lo mandó a calentar y él le dijo al coach que tenía un
uñero, que no podía. Piniella me lo contó y lo publiqué, diciendo que Guante
probablemente no conocía la historia de Lou Gehrig y Wally Pipp. Le molestó.
Quería golpearme. Y medía como medio metro más que yo. Ha habido otros
peloteros antipáticos, claro. Por supuesto que Barry Bonds. Y Rod Carew,
después de que jugó en Venezuela, no sé por qué cogió odio contra los
periodistas de habla hispana.
-¿Qué ha sido lo mejor de su carrera?
-Las atenciones que siempre recibí como
reportero mientras vivía en Nueva York, tanto de los Yanquis como de los Mets.
Tenían una noticia y me buscaban. Me llamaban para decirme: “Estamos haciendo
una negociación muy importante” y me contaban. Siempre tuvieron grandes
atenciones profesionales para mí.
-¿Por qué nunca hizo carrera en la pelota
venezolana? ¿Era por tomarse unas vacaciones, después de las Grandes Ligas?
-Trabajé dos años con los Tigres, con Foción
Serrano, y uno con los Cardenales. Me hubiera gustado seguir, pero ningún otro
equipo me ofreció. Yo lo insinuaba, pero parecía que yo no tenía buen cartel.
Aunque años después estuve 10 años en Barquisimeto, haciendo el programa
Playball.
-¿Cuál es el episodio más curioso, insólito,
que ha vivido en el periodismo?
-No sé si fue insólito, pero cuando existía
Sport Grafico, yo hacía mis fotos y firmaba: “Con la cámara y el texto de Juan
Vené”. Un día, entré al clubhouse de los Yanquis y fui a hacerle una foto a
Mickey Mantle. Estaba todo vendado, porque padecía de ostiomelitis. Parecía una
momia. Me detuvo y me dijo que él prefería no ser retratado así, aunque iba a
colaborar conmigo. Me quedé en el clubhouse y se me olvidó Mantle. De pronto,
oigo a alguien diciendo: “Venezuela, Venezuela”. Era Mantle, llamándome para
que le hiciera las fotos. Ese día, le hice un rollo entero.
-¿Puede elegir a un pelotero favorito, entre
tantos?
-Uno que no vi jugar: Babe Ruth, Él cambió el
beisbol. Entre mis contemporáneos, Luis Aparicio. Y últimamente, alguien que va
a ser inolvidable: Derek Jeter. Aunque también tendría que mencionar a César
Tovar y a otro que sin grandes condiciones fue uno de los más grandes: Pete
Rose.
-¿Y alguna nota favorita?
-Creo que mis mejores trabajos han sido los
finales de series mundiales: los ambientes de los clubhouses, lo que se vivía
después. Una vez, en Filadelfia, vi a dos jovencitos desnudarse frente al
estadio. Mis trabajos favoritos eran esos, cuando el beisbol deja de ser
beisbol y se convierte en una fiesta, una euforia.
-Muchos quisieran vivir una carrera como la
suya. ¿Cuánto le costó lograrla?
-Me costó perder dos matrimonios. Dos
extraordinarias mujeres y madres, señoras de su hogar, pero que necesitaban un
marido que saliera a las 8:00 de la mañana y llegara a las 12 del mediodía, con
el aguacate para el almuerzo, que regresara luego a las 5:00 de la tarde y al
día siguiente otra vez llegara con el aguacate. Y para mí, ningún día ha sido
igual. Eso lo sabe bien Barbarita, mi esposa. En las noches, estaba en el
estadio. Si pasaba algo, me iba para allá. Cuando cayó Rojas Pinilla me fui a
Bogotá. Varias veces hice cosas así. Llamaba a Miguel Ángel Capriles, para
decirle: “Estoy en tal sitio, mándame dólares. Esa vez, llegué a Bogotá en un
avión de carga. Igual pasó cuando cayó Batista en Cuba; yo salía de una
discoteca, porque era Año Nuevo, prendí el radio, escuché la noticia, y en vez
de seguir a casa, me fui a Maiquetía. Llegué a La Habana en el primer avión que
aterrizó tras la caída de Batista. Llegué antes que Fidel, sin dinero, sin
nada. En Cubana de Aviación dejé mi reloj como garantía y me dieron 100
dólares. Con eso, pagué el taxi y llamé a Miguel Ángel Capriles, A las 24
horas, tenía dinero suficiente para todo.
-¿Cómo terminó siendo periodista de beisbol?
-Mi sueño era escribir de beisbol. No de
deportes, sino de beisbol. Me gustan los toros, veo el boxeo, pero quería
escribir de beisbol. Después de cubrir la Serie Mundial de 1960, fui reduciendo
todo para dedicarme al beisbol en exclusiva.
-¿Fue entonces cuando se mudó a Nueva York?
-Pasé 41 años en Nueva York y llevo tres en
Florida, pero no agarré una maleta y me vine. Fue un proceso. Al principio,
transmitía 15 juegos y regresaba a Venezuela. Ya al tercero o cuarto año,
transmitía todos los juegos, más de 200, incluyendo 20 de los entrenamientos,
el Juego de Estrellas y la Serie Mundial. El Negro Prieto, mi amigo, me dijo
que regresaría con las tablas en la cabeza. “Pablo Morales y yo lo intentamos y
fracasamos”. Pero yo reduje muchísimo los costos. Tuve que hacer yo mismo de
operador, cargar los aparatos. Mi maestro y amigo Buck Canel nunca me cobró
mucho. Todo eso me ayudó. Y después, se impuso el trabajo.
-¿Cómo llegó a ser la imagen del programa Lo
mejor de la Semana?
-Me llamaron porque estaban obligándolos a
hacer un casting. Fui y gané. Monte Irving estaba metido en eso y me dijo que
se debió a que yo podía también con los libretos. Era una versión castellana,
con un guion nuevo. Inventé decir los titulares en verso y después empezaron a
hacerlo en inglés, también.
-¿Qué le dicen los lectores de su columna?
¿Se comunican con usted?
-Me escriben muchos. Algunas personas lo
hacen indignadas, en términos muy ofensivos. Pero le doy gracias a Dios por que
exista esta posibilidad de comunicarnos, pues así sé cómo está el ambiente y
qué opinan mis lectores.
-¿No ha pagado un precio por decir las cosas
como las dice?
-Cuando Fernando Valenzuela fue candidato al
Salón de la Fama, muchos me escribieron y respondí que en mi consideración él
no tenía los méritos, que no iba a entrar. Al día siguiente, me despidieron
delNorte de Monterrey, donde escribía. Al final, Valenzuela no sacó el cinco
por ciento de los votos.
-¿De veras tampoco votará por Omar Vizquel
cuando sea elegible?
-Si Vizquel es elegido, lo voy a apoyar,
porque nuestra organización es democrática y es lo correcto. Ahora, lo de
Vizquel fue una cosa casual, no sé si afortunada o desafortunada. En su
programa, Ramón Corro me preguntó si Vizquel merecía ser parte del Salón de la
Fama y dije que yo no le daría mi voto.
-¿Por qué? Si fue un grande…
-Vizquel no fue el mejor shortstop de su
época. Lo fueron Cal Ripken, Nomar Garciaparra, Miguel Tejada, Derek Jeter, no
él. Fue un campocorto muy bueno, pero nunca fue el líder de un equipo. Cogía
las pelotas y tiraba bien a primera, pero como bateador fue mediocre. Tenía
ciertas habilidades, pero no era un chocador notable ni tenía poder. Corría
bien las bases, pero no era Lou Brock. Fue un buen pelotero, pero no uno extraordinario,
y el Salon de la Fama es para los extraordinarios. No voté por Barry Larkin,
pero lo apoyo. Tampoco voté por Willie Stargell, aunque apoyo que lo hayan
elegido. Paradójicamente, siempre he tenido buenas relaciones con Vizquel.
Siempre.
-Pero sí votó por Concepción.
-Concepción sí fue un líder. Era el que
manejaba el infield de los Rojos. Eso se ve en los videos de la Serie Mundial.
Y fue tremendo bateador. Un shortstop único en su época. El otro era Larry Bowa
y no era tan bueno como él. Contra Concepción conspiró que siempre compitió con
figuras rimbombantes en sus 15 años de elegibilidad. Pero lo van a elegir por
el Comité de Veteranos.
-¿Por qué tiene fama de ser antipático?
-Nunca traté de ser simpático ni antipático.
He tratado de ser sincero y de decir lo que quiero decir. No soy un
politiquero. Pero existe la envidia. Estoy seguro de que muchos habrían querido
estar los años que yo estuve en el Yankee Stadium y el Shea Stadium. La envidia
es natural y se expresa así.
-¿Cuál, entre todos sus libros, es el que más
le enorgullece?
-Las mejores anécdotas del beisbol es un
libro pequeño y muy honesto, el que más me satisface. 5.000 años de beisbol es
un libro monumental, escrito con el corazón, pero tuvo varios problemas. Me
quitaron la línea del tiempo, donde se decía lo que sucedía en el mundo en cada
fecha, y pusieron como correctora a una española que cambió la redacción y los
términos en ingles. Por ejemplo, a Jim Thorpe le pusieron Torpe. Tuve que
escribirlo de nuevo. Salió muy bueno, pero no es lo que soñé. Me gustan los dos
tomos de La Serie Mundial hasta 2005, porque termina con el primer manager
venezolano campeón, Oswaldo Guillén, y porque tuve mucho espacio para contar
anécdotas.
-¿Alguna vez se imaginó siendo parte de
nuestro Salón de la Fama?
-El Salón de la Fama de Valencia tiene sólo
12 años. Tal vez por eso nunca lo pensé. Tampoco lo conocía, lo admito. He
estado poco en Venezuela los últimos años. Pero es una maravilla. Por eso,
decidí donarles toda mi videoteca, mi audioteca y mi biblioteca.
-¿Cuál es el equipo de sus amores? El de su
infancia, el que aplaudió.
-Nunca he sido fanático. Me gustaba el
Vargas, siendo niño, y pagaba un bolívar por entrar a los bleachers. Pero más
que el Vargas, creo que me gustaba el equipo por los colores: las medias y
gorras rojas. En realidad, nunca lloré porque un equipo perdiera ni festejé
porque ganara. Siempre fui al estadio deseando que hubiera extrainning, incluso
como reportero. Siempre he querido ver más beisbol.
Por Ignacio Serrano
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